LA FRATERNIDAD, UN DON Y UN COMPROMISO

Dejemos obrar a Dios que para mejor será (B. Faustino Míguez)

lunes, 7 de octubre de 2013

Nuestra Señora del Rosario

En los peores momentos y en las alegrías, en la pena y el gozo, el pensamiento siempre se eleva a la madre. Es la palabra que brota de nuestros labios, lo más natural desde que nacemos. En la madre se encuentra la seguridad, el consuelo, el amor sin límites, la paz. Los bebés se acurrucan en su regazo y acompasan su ritmo al latido de su corazón. Y ahí descansan sin ningún temor.


 Ésa es también la experiencia de Jesús y el regalo que quiere dejarnos: María se convierte en nuestra madre, a la que podemos querer y amar porque está abriendo constantemente sus brazos para acogernos, consolarnos y ofrecernos seguridad.

Hay quien dice que el rezo del Rosario es antiguo, pasado de moda, aburrido, inútil, rutinario. Que sepamos, aún nadie se ha cansado de oír ni decir "te quiero". El Rosario no es más que decir a María 50 veces que contamos con ella, la amamos y la recordamos. Y que a través de su vida, podemos acercarnos a la vida de su hijo Jesús.
Rezar el santo Rosario
no sólo es hacer memoria
del gozo, el dolor, la gloria,
de Nazaret al Calvario.
Es el fiel itinerario
de una realidad vivida,
y quedará entretejida,
siguiendo al Cristo gozoso,
crucificado y glorioso,
en el Rosario, la vida. 
Os animamos a todos a rezar esta preciosa oración, a llevar un rosario en el bolsillo, a elevar el pensamiento y el corazón a María, nuestra madre.
 Felicidades a todas las que llevan este precioso nombre. Sin duda, la Virgen es vuestra bencidión.



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